Así empieza lo malo, Javier Marías
Mi primera experiencia con Javier Marías, y ha sido muy satisfactoria.
Es como si un viejo amigo hubiera compartido conmigo sus reflexiones y sus recuerdos de juventud, que le (nos) trasladaron a los ochenta madrileños, a su ambiente y modo de vida que se adhería a la piel (creo que ha sido la década más pegajosa de todas).
Y en el centro de sus rememoranzas, un matrimonio desgastado, moribundo, quizás expectante ante la inminente llegada del divorcio.
“Entre esas personas se pierde la conciencia de que un día hubo elección, o al menos elección parcial o aparente -teñida a menudo de conformismo-, y que la presencia del otro podría acabar sin demasiadas complicaciones.”
¿Acaso no tienen todos los matrimonios acuerdos, tácitos o no tanto? ¿Qué condiciones impodrá cada uno a su convivencia? ¿Qué podemos los demás adivinar o intuir? Ciertamente, muy poco. Pero en ocasiones nos cruzamos, voluntariamente o no, en la trayectoria de alguna pareja, y lo que debería quedar en su intimidad nos alcanza, nos afecta, nos hace testigos.
Este es el caso del “joven De Vere”, que entra en la casa del matrimonio Muriel como secretario, pero cuyas labores irán yendo poco a poco por otros derroteros. Marías consiguió transmitirme el rubor, la vergüenza de observar lo que no me corresponde.
Y, siempre presente, la perspectiva que otorga la madurez; cómo se veía De Vere en su juventud y cómo, con el tamiz de los años, ve al joven que fue.
“Pero cada individuo cree estar hecho del todo en cada fase de su existencia y cree tener un determinado carácter sujeto solo a variaciones menores, y se considera propenso a ciertas acciones e inmune a otras, cuando lo seguro es que de niños y jóvenes la mayoría no nos hemos sometido aún a pruebas, no nos hemos visto en encrucijadas ni tan siquiera en dilemas.”
En fin, recurriendo a lo fácil, espero que a partir de aquí empiece lo bueno entre las novelas de Javier Marías y yo.
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