El amante japonés, Isabel Allende
“Hay pasiones que son incendios hasta que las ahoga el destino de un zarpazo y aun así quedan brasas calientes listas para arder apenas se les da oxígeno“. Esta frase tan prometedora que incluye la sinopsis de lo último de Isabel Allende, es lo más “inflamable” que encontraremos la novela. Fuego, poquito, apenas unos rescoldos más atribuibles a la redacción del texto que a la historia de amor entre Alma Alma Velasco y el japonés Ichimei.
Esta vez Allende nos sitúa en una residencia de la tercera edad de San Francisco -muy progre, eso sí; nada de geriátricos deprimentes- donde pasa sus últimos años Alma Velasco. De carácter altivo (antipático, diría yo), solo entabla relación con una cuidadora, Irina Bazili (que también arrastra una historia de adolescente perturbadora, del perfil de El cuaderno de Maya), a través de la cual se nos irá desvelando su pasado amoroso con el jardinero japonés de la mansión donde vivió desde su llegada de Polonia a los ocho años.
Yo, la verdad, tal vez por el exotismo del título, esperaba un amante virtuoso y magnético, irresistible. Pero Ichimei resulta ser más anodino que una lechuga. En realidad, ningún personaje -excepto, tal vez, la joven Irina- está bien perfilado. No encajan sus vivencias con su carácter; las historias son poco creíbles. Imposible lograr la empatía con ninguno de los protagonistas.
Solo se cuela, de puntillas, una breve pincelada de la magia de La casa de los espíritus a través de los tíos de Alma Velasco. Qué lejos han quedado los grandes protagonistas de Isabel Allende y la profundidad de sus narraciones. Una pena.
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