Antes del último sueño, Ami McKay
Bueno… ¿Por dónde empezar? Es que este es uno de esos libros sobre los que más me cuesta dar mi opinión, porque ni me gusta, ni me deja de gustar. Es decir, no encuentro nada especialmente destacable, pero tampoco le veo grandes pegas. Quizás sí esperaba algo más, mayor compromiso por parte de la autora, dar un paso al frente en algún sentido, porque la historia te deja, dentro de su dramatismo -que lo tiene-, un poco fría.
La novela cuenta la historia de Moth, la hija de una gitana adivina. Ambas vivien en los barrios bajos del Manhattan de 1871, sobreviviendo a duras penas, rodeadas de tristeza y miseria. A punto de cumplir los doce años, Moth es vendida como sirvienta a una dama de la alta sociedad.
A pesar del trauma de la separación, parece que a la pobre Moth le espera una vida mejor, pero nada más lejos de la realidad. Comienza peregrinaje lleno de maltratos, vejaciones y miseria, en un mundo donde todos -o casi todos- pretenden sacar algún provecho de Moth sin ofrecer nada a cambio. Así, pasará de casa de la terrible señora Wentworth a la calle, y de ahí a formar parte de un prostíbulo donde forman niñas para vender su virginidad al mejor postor.
La historia está bien ambientada: parece posible visualizar las calles de Nueva York y sus damas vestidas de época. Incluso nos regala un Palacio de las Ilusiones; un teatro lleno de pintorescos actores y seres extraños. Retrata un mundo sórdido lleno de buscavidas, donde las mujeres no valían nada, y las prostitutas menos.
Sin embargo, como decía al principio, a la trama le falta algo. Toca varios palos sin profundizar en ninguno. La protagonista es una superviviente nata: a todo se sobrepone y, aunque sufre, se diría que no lo suficiente como para convertirse en una historia memorable.
Una novela para pasar “el tiempo entre -otras- lecturas”.
Sobre “Antes del último sueño”. Qué bien leerte. Me encantan “tus” comentarios. Los tuyos personales. No he leído el libro pero me atrae. Esta mañana leía la estupenda columna de Soledad Gallego Díaz: “Ciertamente son unos salauds” en El País del Domingo. Qué miserables los incapaces de ver la belleza de la inocencia. Qué pobres los “egos” podridos ahogados, aplastados por el exceso de dinero que por supuesto no les pertenece y les enfanga y ciega. GRACIAS!